En el siguiente texto encontraremos las características de las diferentes formas de violencia psicológica que son el acoso afectivo, manipulación mental, agresión insospechado. Cabe destacar que todas podrían encontrarse en una relación de violencia pero siempre se
va destacar alguna de ella.
“Acoso afectivo es una conducta de dependencia en la que el acosador depende emocionalmente de su víctima hasta el punto de hacerle la vida imposible. El acosador devora el tiempo de su víctima o bien la devora con sus manifestaciones continuas y exageradas de afecto y sus
demandas de afecto. En cualquiera de los casos, el acosar le roba a su víctima la intimidad, la tranquilidad y el tiempo para realizar sus tareas o para llevar a cabo sus actividades, porque el acosador la interrumpe constantemente con sus demandas y, apenas la deja respirar entre petición y petición, pero siempre con mimos, con arrumacos y con caricias inoportunos y agobiantes. Si la víctima rechaza someterse a esta forma de acoso, el verdugo se queja, llora, se desespera, implora, amenaza con retirarle su afecto o con “cometer una tontería”, llegando incluso a intentos de suicidio y a explosiones realmente espectaculares que justifica diciendo que todo lo hace por cariño. Esto supone añadir el chantaje afectivo a la estrategia de acoso.
La manipulación mental está violencia supone el desconocimiento del valor de la víctima como
ser humano, en lo que concierne a su libertad, a su autonomía, a su derecho a tomar decisiones
propias acerca de su propia vida y de sus propios valores. La manipulación mental puede
comprender el chantaje afectivo. En la manipulación se da una relación asimétrica entre dos o más personas. Es asimétrica porque una da y la otra recibe, una gana y la otra pierde. Las tácticas de manipulación incluyen amenazas y críticas, que generan miedo, la culpa o vergüenza encaminados a movilizar a la víctima en la dirección que desea el manipulador.
La agresión insospechada es violencia psicológica tan sutil y elaborada que se disimula y oculta
entre las fibras del tejido social. La agresión insospechada es la que muchos agresores ejercen
disfrazándola de protección, de atención, de buenas intenciones y de buenos deseos.
Una forma de agresión insospechada es la que ejercen las personas sobreprotectoras sobre sus
protegidos. Les rodean de atenciones, de mimos y de cuidados, pero no les permiten desarrollarse
como personas autónomas, no les permiten ejercer su derecho a la libertad, no les permiten
escapar del entorno artificial que han fabricado para ellas. Todo lo hace el protector por el bien de su protegido, eliminando de su camino el menor escollo, para librarle de todas las desazones de la vida. Y el protegido no llega a crecer ni a independizarse nunca. Y el día que el protector falte o no pueda seguirle protegiendo, su integridad valdrá bien poco.
Otra forma de agresión insospechada es la que ejercemos sobre nuestros mayores, cuando
creemos que les mostramos amor y consideración dándoles tareas para “que se sientan útiles”,
como si no se hubieran ya ganado el derecho a dejar de ser útiles. Muchas personas agobian a sus mayores con demandas de ayuda, sin tener en cuenta que los mayores ya se han jubilado de esas tareas y tienen derecho a vivir sin trabajar. Muchos jóvenes tienen a sus padres como canguros continuos, privándoles del derecho de salir con sus amigos, de viajar a su gusto o de sentarse a no hacer nada, que bien se lo han ganado. Muchos jóvenes llevan a sus mayores a vivir con ellos para que no estén solos y los convierten en chica para todo, privándoles de libertad, de descanso y, muchas veces, de lugar de residencia, pues muchos ancianos viven una temporada con cada hijo, con lo cual carecen de referencia y de vivienda fija. Los convierten en nómadas y en sirvientes sin paga. Y la sociedad se hace lenguas de lo que esos hijos quieren a sus padres, mientras que otros los “meten” en una residencia.
Otra forma de agresión insospechada que todos practicamos alguna vez son los consejos. Los
consejos tienen a veces un matiz de amenaza y otras veces son una forma de acoso contra la
persona que se empeña en no dejarse aconsejar. Hay mucha gente que necesita dar su visto
bueno a las acciones de los demás, ofrecer su consejo sapientísimo o, por el contrario, oponer su
veto a los proyectos de los demás. Hay gente que se permite dar su beneplácito a que otros sean
homosexuales, a que otros se enamoren a la vejez, a que otros no sean creyentes o a que otros
realicen actividades poco comunes. Hay gente que se permite aconsejar lo que hay que hacer en
una u otra situación y hasta previene el desastre si no se siguen sus recomendaciones. Hay gente
que se opone con todas sus fuerzas a que otros hagan algo que ni les va ni les viene, pero en lo
que ellos no pueden dejar de intervenir.
La violencia psicológica es más difícil de demostrar que la violencia física, porque las huellas que quedan en el psiquismo no son visibles para el profano. Además, en los casos de violencia
psicológica, el maltratador suele manipular a su víctima para que llegue a creer que todo son
exageraciones suyas que tiene la culpa de lo que sucede. Lo mismo suele hacer con su entorno, de manera que todo el mundo opine que es un excelente cónyuge, compañero o amigo y que la otra persona se queja por quejarse. En el supuesto de que se queje.
El maltrato psicológico, por sutil e insospechado que sea, siempre deja secuelas. Existen casos en que la agresión es tan sutil y sofisticada que parece casi imposible detectarla. Pero deja marcas indelebles en el organismo de la víctima. En su cuerpo o en su psiquismo, porque el cuerpo y el psiquismo interactúan y forman una unidad psicosomática.
Las secuelas de los malos tratos psíquicos provocan, según distintos estudios, el desarrollo de
personalidades adictivas, psicóticas o violentas. Si un niño maltratado desarrolla una personalidad de maltratador, es más que probable que a su vez engendre hijos que también serán maltratados y, de adultos, maltratadores, por lo que el patrón de conducta agresiva se va repitiendo hasta que alguna circunstancia favorable rompa la cadena.” ANAMIB Psic. Ana Martos Rubio
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