Todo lo que experimentamos a lo largo de nuestra vida se refleja en nuestro cuerpo de forma genuina; por medio de gestos, movimientos, miradas, en el tono de voz en incluso en posturas y movimientos. Somatizamos a nivel corporal nuestros conflictos psíquicos, y las heridas emocionales no son la excepción, las cuales, han surgido desde nuestra niñez y nos van definiendo a lo largo de nuestra vida. Y es que es importante hacer conciencia sobre que una herida emocional nos impide avanzar, no nos deja ser uno mismo y, además, nos lleva a rechazar experiencias gratas buscando únicamente aquellas que alimenten aún más la herida que llevamos como formadora de nuestra personalidad.
Heridas Emocionales.
Cuando hablamos de heridas emocionales es hablar de gestionar emociones de forma nociva, se convierten en nuestra percepción del mundo y en nuestra conducta. Sin embargo, al tener estas heridas tienen su primera aparición en nuestra infancia, no son atendidas en tiempo y forma, y cabe mencionar que las experiencias que vivimos definen nuestra personalidad como adultos. Las heridas emocionales son producidas por aquellas experiencias traumáticas o por la percepción distorsionada de nuestra realidad cuando somos niños. Y bien, estas heridas mientras crecemos tienen la posibilidad de ir sanando o corren el riesgo de agravarse y entonces, cuando llegamos a la vida adulta somos adultos “heridos.
En terapia identificamos una herida emocional por síntomas como problemas en la respiración, niveles de ansiedad, dificultad para dormir o dormir en exceso, sensación de vacío, tristeza, sentimientos de culpa y pensamientos recurrentes, por mencionar algunos.
A continuación, abordaremos las 5 heridas emocionales que se desarrollan en nuestra infancia, cada una de ellas se manifiesta a nivel corporal, cognitivo y conductual.
Herida de la humillación: Es una herida que surge cuando el niño experimenta constantes críticas sobre como actuamos, la manera de hacer ciertas cosas o incluso mensajes negativos sobre nuestras capacidades.
Se identifica una autoestima frágil y constantemente buscamos la aprobación de los demás sobre cada acción que llevamos a cabo. Desde la terapia bioenergética la identificamos con la caracterología masoquista; existe un cuerpo con sobrepeso, de posible baja estatura, con acumulación de energía en el rostro y cuello. Nos referimos a una personalidad pesimista y sumisa; son personas que trabajan constantemente para agradarle a los demás, se contienen al expresar sus emociones o necesidades, las reconoce, pero no las atienden y se limitan de disfrutar de la vida debido a que inconscientemente su temor es ser castigado.
Herida de rechazo: Tiene su origen cuando nos sentimos rechazados en nuestra infancia, y eso implica nuestras acciones, pensamientos y emociones. Cuando somos adultos nos cuesta trabajo aceptar una crítica y constantemente buscamos evitar el sufrimiento.
A nivel corporal lo identificamos como un cuerpo pequeño y delgado, alguna parte de la estructura corporal es menos desarrollada o más pequeña, existe un contacto visual evitativo, un tono de voz débil y con posibles problemas de piel a nivel facial. Se identifica en esta herida a una persona que evade, con sentimiento de incomprensión, y su temor es el de “molestar” a los demás y el sentirse observado.
Herida de traición: Ésta herida nace cuando en nuestra infancia hemos atravesado por experiencias de engaño por personas significativas, cuando somos pequeños se experimenta una sensación de ser manipulado y de sentirse con la confianza perdida, es así, que el niño va creciendo con la necesidad de control y de desconfianza en sus relaciones interpersonales. Cuando una persona se vive bajo esta herida, espera mucho de los demás y exige constantemente para que todo se haga a su manera.
A nivel corporal, encontramos una estructura en la cual los hombres tienden a tener más fuerza en la parte alta del cuerpo, esto quiere decir que los hombros no coinciden con el ancho de cadera; y en las mujeres se manifiestan las caderas más anchas que los hombros, el tono de voz es fuerte y son cuerpos que en la mayoría manifiestan sobrepeso. Son personas que no hacen contacto con su ser vulnerable, trabajan constantemente en mostrarse fuertes ante los demás, se sienten indispensables y no hablan de reconocer sus debilidades, desde el mostrarse que son indispensables, también se muestran independientes para no exponer su angustia a la separación o abandono.
Herida de injusticia: En esta herida nos encontramos con un estilo de crianza autoritaria, en el cual se han impuesto ideas y un estilo de vida desde los padres, omitiendo las necesidades o el desarrollo de la propia personalidad del infante. Son niños que no han aprendido a expresarse, y se ve afectada su individualidad; por lo tanto, encontramos a adultos que ponen límites a sus emociones y se exigen perfección.
A nivel corporal encontramos una estructura rígida, el cuerpo se ve bien proporcionado o lo que conocemos como cuerpo armonioso, es lo más “perfecto” posible. Son personas que no quieren sentir debido a su temor de perder el control, hacen poco contacto con sus emociones y racionalizan constantemente, todo debe ser justificado. Además, quienes se viven con esta herida constantemente se autosabotean.
Herida del abandono: Ésta herida se va formando cuando las necesidades del niño no son cubiertas, física y emocionalmente, por lo que el niño experimenta temor a la soledad y buscará constantemente protección. Cuando son adultos, se viven como personas dependientes o al contrario, no se relacionan para no ser abandonados.
A nivel bioenergético encontramos un cuerpo sin tono muscula y delgado, son personas que aparentemente que no tienen energía y con respiración poco profunda, con hombros caídos y con tono de voz infantil. Cuando se relaciona es dependiente con la necesidad de que le brinden protección, su principal temor es sentirse solo y busca atención constante; son personas que de forma inconsciente buscan enfermarse para llamar la atención y con esto van desarrollando una actitud de víctima; identificamos a personas con dificultad para “soltar” y terminar sus relaciones, su característica es que “aguantan” y hacen lo que sea para no quedarse solos.
Ahora que contamos con algunos rasgos a identificar desde cómo nos vivimos corporalmente, como actuamos, como pensamos o incluso abordando un poco de nuestra infancia; podemos hacer conciencia de que tipo de herida emocional hemos “tratado” de contener únicamente con un curita, ¿Cuántos curitas más usaremos?, ¿cómo están nuestras heridas? Lo importante es atenderlas, como atender una herida física; reconocerla, desinfectar, ver que tan profunda es y darle tratamiento para sanarla.
“Sino trabajamos en las heridas de la infancia, vivimos una adultez dolorosa”
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