A lo largo de nuestras vidas, tenemos una variedad de experiencias, donde pueden existir distintas sensaciones, emociones y pensamientos, en ellos puede haber dolor, erotismo, rencor, vergüenza, esperanza, amor o tranquilidad, solo por nombrar algunos, a partir de ellos nos vamos generando historias o relatos, empezamos a interpretar lo que sucede con nosotros y nuestro alrededor, esta interpretación siempre se hace desde algún lado, ya hablando desde la perspectiva de la practica narrativa, lo que vivimos, para que cobre un sentido y podamos distinguirlo o hacerlo inteligible, debe pasar por el filtro del lenguaje.
En este tenor de ideas es que vamos construyendo las historias desde donde nos distinguimos o pensamos nuestras vidas, algunas de estas historias son íntimas y privadas, casi secretas y sólo nos las decimos a nosotros mismos, pero aún hablando sólo con nosotros mismos, construimos la conversación con el lenguaje que nos fue inculcado, y dicho lenguaje posibilita y limita nuestros horizontes de lo que experimentamos, dicho en otras palabras, el lenguaje fue generado en una comunidad, a partir de una cultura y en determinado tiempo histórico. Estas comunidades, de acuerdo a sus intereses, valores y “conciencia” construyeron comunicaciones específicas de lo se puede decir o callar, y con ello, de lo que puede ser pensable o consciente, así es como se va generando un discurso dominante, que establece, guía y limita nuestra interpretación.
Podríamos definir a los discursos dominantes o hegemónicos como aquellas “verdades” creadas, aceptadas y difundidas como “absolutas”, que establecen las normas bajo las que todos debemos vivir, comportarnos, relacionarnos e incluso lo que se nos está permitido desear, creer o soñar. La cultura se encarga de nutrir, repetir y mantener constantemente estos discursos, ya que conllevan el mantenimiento de beneficios y privilegios de ciertos grupos o sectores sociales, aunque por supuesto, con el cambio histórico y social, algunos se van modificando, adaptando y otros van permaneciendo. Para que se mantengan estas historias hegemónicas, necesitan una constante actualización por parte de figuras de poder y autoridad, pertenecientes a diferentes estructuras, estratos e instituciones sociales, entre las más comunes se encuentran las asociaciones de profesionistas, universidades, laboratorios, institutos, etc.
La reproducción de esta información, llega a la familia, y esta hace la labor de incorporarla, así sus miembros internalizan este discurso y pasa a formar parte de sus expectativas, ya que organiza cómo viven, se relacionan y entienden lo que debe ser su vida. Aquellos que se apartan, que no cumplen o desafían estos discursos dominantes se les suele señalar, marginar, y despreciar, además de alguna manera se les somete a que los acepten y cumplan, ya sea por medio de la familia misma, la pareja o las relaciones personales. En dado caso de seguir sin cumplir con las demandas, se pueden incorporar instituciones del Estado, como cárceles, reformatorios o psiquiátricos.
Durante este proceso, la identidad de la mayoría de personas se deteriora, se empiezan a cuestionar acerca de su capacidad propia, a sentir impotencia, frustración, desamparo e inseguridad, se preguntan por qué hay algo que no encaja por completo entre “ellos” y las exigencias de su mundo, del porque no pueden tener el control y éxito de los demás, algunos empiezan a internalizar e individualizar las causas, pensándose como enfermos o “trastornados” y establecen el auto vigilarse constantemente para intentar ser productivos, útiles y eficaces, castigándose y forzándose para cumplir. Algunos otros terminan concluyendo el no ser suficientes a pesar de lo que hagan, sintiéndose como una carga, se abandonan. Es curioso que es más probable (al menos en mi experiencia) llegar al extremo de atentar contra la vida propia, antes de cuestionar si “ellos” escogieron y están de acuerdo con dichas exigencias de la organización social.
Algunos ejemplos de discursos dominantes que son explorados y cuestionados en la práctica narrativa, pueden ser los siguientes:
- Narrativas que privilegian que solo ciertos estados de ánimo sean correctos y deseables, patologizando y censurando aquellos diferentes, como el creer que la ansiedad y la depresión son siempre signos de enfermedad, debilidad e inadaptación.
- La perspectiva de que existen personas que valen más que otras por atributos físicos o aptitudes personales: los “inteligentes” “responsables” “controlados” “bellos” por encima de quienes no lo son según la cultura en que se viva.
- Historias de éxito y fracaso de acuerdo a la posición económica, la riqueza material o el grado de estudios académico.
- Idealización del amor romántico: discursos culturales que definen características inequívocas de cómo deben ser las parejas exitosas y que verdaderamente se aman, así como el sacrificio hacia el amor eterno, incluso el definir una ruptura como un fracaso o algo que no debería suceder. Algo que me suele llamar la atención suelen ser los roles de género asignados como que las mujeres deben ser tiernas, bonitas y delicadas y los hombres dominantes, fuertes y agresivos.
- Estéticas de cuerpos delgados, atléticos, de ciertas facciones y tonos de piel como principal valor o característica a sobresalir.
De alguna manera, la mayoría de estas historias dominantes terminan siendo incapacitantes y limitantes, incluso en las personas que logran cumplir con dichas expectativas o ideales, suele haber un grado de insatisfacción, ya que muchos de estos estándares tienen y están relacionados con intereses de mercado o económicos, además de marcar una opresión y desigualdad hacia ciertos grupos y comunidades.
A pesar de ello, un mismo evento tiene diferentes relatos e historias, y como la vida misma tiene diversidad y flexibilidad, estas mismas historias dominantes van teniendo cuarteaduras, ya que al centrarnos solo en la narrativa del problema, de lo disfuncional, del deber ser o de los “síntomas” nuestra conciencia no toma en cuenta la totalidad de nuestra vida, ya que los problemas no están presentes siempre con la misma intensidad y de la misma manera, porque algunas vivencias que hemos ido experimentando contradicen la historia dominante y así van surgiendo historias alternativas, desde donde podemos narrarnos y comprender de una manera distinta, historias más cercanas a nuestros conocimientos locales. En este sentido el “terapeuta” o conversador narrativo pone énfasis en lo político, en las prácticas de poder, en sus estructuras que lo mantienen y las consecuencias que van teniendo en nosotros, siendo de manera general, el establecimiento de “verdades opresivas” fomentadas a persuadirnos, pero de igual modo el explorar que no son definitivas, que las personas pueden generar relatos(y consciencia) que validen su experiencia, que doten de nuevos significados y miradas su vida, al suceder esto, la historia dominante deja de tener la saturación y parálisis de un inicio y la persona se siente de una forma más libre y preferida en su actuar y pensar.
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