“Siento que en mi relación se cambiaron los papeles, yo soy la violenta”
Es un hecho que la violencia no tiene sexo, es decir no es propia únicamente de hombres, la violencia implica un acto u omisión que lleva la intención del control, y que a su vez dicho control genera sufrimiento en la persona controlada; Esta definición nos permite comprender que la violencia no es exclusiva de los hombres, que en realidad cualquier persona puede violentar.
Pero recordemos que la violencia es un fenómeno social complejo que implica estructuras de poder que la sostienen; es aquí cuando la evaluación de un acto de aparente naturaleza violenta realizado por un hombre o una mujer no puede ser analizado de la misma manera y bajo las mismas condiciones.
Atención, no estoy diciendo que debemos negar la responsabilidad de la violencia a partir del cuerpo que la ejerce; lo que estoy expresando es que el cuerpo sexuado en una sociedad machista y patriarcal coloca en circunstancias diferentes a las personas, es decir, el escenario cambia dependiendo de la asignación social de género.
Una analogía que representa lo anterior es la idea de una cancha que no es pareja, imaginemos un partido de futbol en una cancha con un sesgo de 45 grados, el anotar un gol representará un esfuerzo doble para uno de los equipos. Esto pasa en nuestro contexto social y cultural; mujeres y hombres somos cuerpos estigmatizados desde el nacimiento, se nos determina un listado de expectativas, se nos asigna un manual de conductas, el cual representa nuestra ubicación en este escenario llamado vida; y lamentablemente las diferencias están marcadas por el poder; a la masculinidad en nuestra cultura se le ha asignado el ostentar el poder, y en el caso de la feminidad el lugar asignado es el servicio.
Basta analizar la dicotomía que representan los simbolismos, la luna y el sol, los volcanes Iztaccíhuatl y Popocatépetl, entre otros muchos ejemplos que representan las diferencias en el uso del poder de acuerdo a la connotación de género asignada.
El privilegio de la masculinidad ligada al poder es un tema central a debatir en nuestra cultura, algunos ejemplos de este privilegio podemos verlos en los siguientes: https://fb.watch/fa15mQga-G/ ; https://fb.watch/fa1gzpo--Q/
Es innegable entonces que nuestra sociedad tal y como está estructurada actualmente, mantiene diferencias de poder que no garantizan la igualdad de condiciones a las personas a partir de su sexo biológico, es por ello que juzgar un acto sin considerar el contexto social y cultural de las personas, resulta una mirada parcial de la realidad.
Pondré un ejemplo que es común en el trabajo psicoterapéutico con hombres:
Son muchos los hombres que mencionan que en algún momento se han sentido violentados por mujeres en la relación de pareja, que han sido golpeados o humillados de alguna forma, pero cuando son confrontados con su proceder posterior a la agresión, la gran mayoría le da prioridad a salvaguardad su masculinidad, aún a costa de su dolor o potencial riesgo físico o patrimonial. Proponerle a un hombre la denuncia ante las autoridades, o el escapar del lugar de la agresión, es algo que lo enfrenta con su masculinidad introyectada, ¿Cómo un hombre va a denunciar violencia física?; “se van a reír de mí, que vergüenza enfrentarme a eso”; ¿Cómo un hombre va a huir de casa si siente amenazada su integridad física? “que dirían los vecinos, los amigos y familiares, cuestionarían quién lleva los pantalones en casa”; estos y demás argumentos son comunes escucharlos cuando invitamos a los hombres a señalar las violencias que viven; sucede que como hombres crecidos en culturas machistas, le tememos más a la sanción social que a la afectación corporal.
En conclusión, dentro de las relaciones de pareja, la violencia en el caso de las mujeres es considerada entonces como una respuesta defensiva ante las constantes presiones de género que viven desde la infancia; cuando hablamos de violencia de género entendemos que corresponde a los factores sociales y culturales que culminan en violencia hacia ciertos cuerpos. Las mujeres si pueden ejercer violencia, pero dentro de la relación de pareja su actuar corresponde a la suma de sucesos que culminan en interacciones que buscan defender su integridad, a diferencia de lo que pasa con los hombres, el acto violento al ser observado a la luz del sistema machista y patriarcal da como resultado un acto de control y por ende de violencia de género. Esta situación también explica el por qué existen instancias especializadas y exclusivas para la atención de la violencia que viven las mujeres, o acciones afirmativas que intentan equilibrar las condiciones de los cuerpos sexuados y clasificados por el género.
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Psicoterapeuta Gestalt Fredy Toriz
Especialista en Género.
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